Para Leibniz, el espíritu es pensar y conocer, el mismo apetecer es “tendencia a pasar de una percepción a otra”; el sentimiento no constituye un especial tema de su filosofía.
Leibniz
sostiene que las ideas sólo son virtualmente innatas; No
es necesaria la experiencia para la aparición de las ideas en la mente: el
espíritu humano posee la capacidad de “tomar de sí mismo las verdades
necesarias”, si bien la experiencia es la ocasión que los suscita. El conocimiento,
o las verdades pueden ser necesarias o contingentes: verdades de razón o
verdades de hecho. Aquéllas son innatas, mientras que éstas se establecen a
partir de la experiencia. Aquéllas se fundan en el principio de
no-contradicción, o de identidad; éstas en el principio de razón suficiente.
Las primeras se refieren a las esencias de las cosas, cuyas propiedades
establecen entre sí relaciones necesarias en el mundo de la posibilidad; las
segundas se refieren a los hechos, esto es, a la existencia actual de las cosas
en el tiempo. El innatismo virtual de Leibniz consiste en afirmar que las ideas
innatas no se hallan en acto, esto es, pensadas y conscientes, en la mente,
sino que están presentes en ella sólo como está presente un hábito o una
disposición: «nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en los
sentidos, a excepción del mismo entendimiento. Lo innato, son las verdades
(conocimiento potencial o virtual), pero no los pensamientos o los conceptos
acerca de esas verdades. Conocer es, en definitiva, tener conciencia de
verdades de razón acerca de las ideas y de verdades de hecho acerca de las
cosas. El conocimiento sensible y el inteligible, sin embargo, no difieren por
su origen, como si éste surgiera del alma y aquél de los sentidos: los sentidos
sólo son la ocasión de que las ideas que se hallan potencialmente en él,
lleguen a ser conocidas de un modo actual. Pero ni siquiera el conocimiento
sensible puede propiamente decirse que proviene “del exterior” o de las mónadas
que no pueden actuar unas sobre otras, y del alma, que expresa todo el
universo, ha de afirmar que todas las ideas, incluidas las que proceden de la
sensación, de alguna manera están ya en la mente. La distinción de conocimiento
no es de origen, sino de naturaleza: uno es acerca de lo necesario, el otro,
acerca de lo contingente.
Las mónadas
son unos puntos de energía que están por debajo de la pura extensión; Leibniz
considera que existe en todo momento en el espíritu humano una infinidad de
percepciones, pero sin apercepción y sin reflexión; son, cambios en el espíritu
humano de lo que no percibimos, ya que las impresiones o bien son excesivamente
pequeñas o bien son excesivamente numerosas o no están lo bastante
diferenciadas. En realidad, las impresiones que el espíritu humano se forma le
parecen claras tomadas como totalidad, pero de hecho estas impresiones están
formadas por muchísimas minúsculas percepciones, que no podemos diferenciar de
forma aislada una de otra. El contenido de los sentidos es exclusivamente sensible
y viene constituido por los objetos y afecciones de cada sentido. Son claros,
en cuanto ayudan a tener conocimiento de algo determinado; pero son “confusos”
y no “distintos”, en cuanto que no pueden resolverse en conceptos ni declararse
a aquel que aún no ha experimentado aquellos contenidos. Tan sólo es posible
inducirle a que lo perciba por sí mismo. Y sobre todo, las cualidades sensibles
son en realidad cualidades ocultas, un “no sé qué”, del que se da uno cuenta
sin que pueda dar razón de ello. De esta forma, según Leibniz, nosotros usamos
nuestros sentidos externos de la misma forma que un ciego usa su bastón, y,
así, quedamos muy lejos de la verdad, y en modo alguno únicamente entendemos la
naturaleza de las cosas sensibles, sino que éstas son, en verdad, las que menos
y peor conocemos. Sin embargo, Leibniz admite que en nuestro estado presente no
son necesarios los sentidos externos para pensar, de manera que si no los
tuviéramos nada pensaríamos.
Verdades de razón y de hecho.
Las verdades
de razón son aquellas verdades primitivas que Leibniz llama “idénticas”. Son
conocidas por intuición, y su verdad es evidente por sí misma. Se llaman
“idénticas” porque parecen limitarse a repetir la misma cosa, sin darnos
información alguna. Las verdades de razón o verdades necesarias de Leibniz no
pueden identificarse sin más ni más con proposiciones analíticas, porque para
Leibniz, todas las proposiciones verdaderas son en cierto sentido analíticas.
Para él, las proposiciones verdades de hecho no pueden ser reducidas por
nosotros a proposiciones evidentes por sí mismas, mientras que las verdades de
razón, o son verdades evidentes por sí mismas, o pueden ser reducidas por
nosotros a verdades evidentes por sí mismas.
Podemos decir que las verdades de
razón son finamente analíticas, y que el principio de contradicción dice que
todas las proposiciones finamente analíticas son verdaderas. Así si se entiende
por proposiciones analíticas aquellas que son finamente analíticas, esto es,
aquellas que el análisis humano puede mostrar que son proposiciones necesarias,
podemos identificar las verdades de razón leibnizianas con proposiciones
analíticas en este sentido. Y, como Leibniz habla de las verdades de hecho como
“inanalizables” y no necesarias, podemos hablar prácticamente de las verdades
de razón como proposiciones analiticas.
La conexión es
de dos clases; la una es absolutamente necesaria, de modo que su contrario
implica contradicción, y esa deducción se da en las verdades eternas, como las
de la geometría; la otra es solamente necesaria.. La serie de existentes no es
necesaria, y así, toda proposición que afirme la existencia, bien de la serie
como un todo, es decir, el mundo, o bien de un miembro cualquiera de la serie,
es una proposición contingente, en el sentido de que su contraria no implica
contradicción lógica. Hay diferentes mundos posibles.
Para Leibniz la diferencia
entre verdades de razón y verdades de hecho, esto es, entre proposiciones
necesarias y contingentes, es esencialmente relativa al conocimiento humano. En
ese caso, todas las proposiciones verdaderas serían necesarias en sí mismas, y
serían reconocidas como tales por Dios, aunque la mente humana, debido a su
carácter limitado y finito, solamente es capaz de ver la necesidad de aquellas
proposiciones que pueden ser reducidas por un proceso finito a las llamadas por
Leibniz “idénticas”. “Hay una diferencia entre el análisis de lo necesario y el
análisis de lo contingente.